Este capítulo se enfoca mucho en la salvación. Estábamos muertos en nuestros pecados y delitos cuando Cristo nos salvó. Al creer en él, arrepentirnos, y ser bautizados Cristo nos salvó. Allí, él nos resucitó de nuestra muerte espiritual para tener una nueva vida en él. Nos parece raro, a lo mejor, leer que también (en tiempo pasado) no sentó en lugares celestiales. Si bien iremos al cielo un día, después de esta vida, en un sentido ya estamos en un lugar celestial cuando aceptamos a Cristo. Cuando somos salvos, no solamente tenemos perdón, sino que también tenemos un nuevo Señor ya que entramos en su reino. Los Evangelios, en las parábolas de Jesús, muchas veces describen a la iglesia como “el reino de Dios” o “el reino de los cielos”. Cristo dice que debemos ahora buscar “su reino” y su oración modelo busca la observación de las instrucciones divinas aquí en la tierra con la misma solicitud y exactitud como los ángeles en el cielo. Cuando Cristo nos salva nos traslada de las tinieblas a su reino. En este sentido es una previa vista del cielo – con el deber de someternos a su reino junto con algunos privilegios de ser parte de su casa y ciudadanos de su reino (Efesios 2:19).
Uno de los versículos más conocidos dentro del protestantismo acerca de la salvación sería Efesios 2:8 y con buena razón. Destaca unas verdades únicas en el cristianismo y fundamentales para nuestra salvación. En primer lugar, la fuente de nuestra salvación es la gracia de Dios. La salvación es un regalo o don que viene de Dios. Eso quiere decir que es inmerecido. Pablo enfatiza este hecho recalcando en el próximo versículo que no es por obras. No es algo que Dios nos debe. No es algo que hemos ganado como sueldo. No es algo que podemos llegar a merecer. Es, y siempre será, exclusivamente por la gracia y misericordia de Dios, motivado por su gran amor para rescatarnos de nuestro merecido castigo para darnos bendiciones que no merecemos. La cláusula que “no procede de ustedes, sino que es don de Dios” habla de la gracia. En segundo lugar, la fe es el medio por el cual la gracia llega a nuestras vidas. Es un canal, una vía, una condición principal y primordial. Dios ganó la posibilidad de salvarnos cuando Cristo murió en la cruz. Ha requerido nuestra fe genuina para recibir su don. Una condición no anula ni invalida la idea de un don inmerecido, igual que el hecho de recibir y abrir un regalo en el cumpleaños para poder utilizarlo no lo convierte en un sueldo. El hecho de que Pablo no menciona las otras condiciones (arrepentimiento y bautismo) tampoco invalida estos elementos. No son parte de su punto aquí. Sin fe, estas otras condiciones no tienen ningún beneficio. Fe es la condición principal para la recepción de la gracia de Dios. El versículo subsiguiente indica uno de los propósitos centrales de nuestra salvación – hacer buenas obras. Nuestra salvación no es para que podamos ser cristianos inactivos que vienen al culto una vez por semana para calentar una silla o banca. Somos hechos en Cristo para hacer buenas obras. Dios quiere que cada cristiano sea un siervo activo en su vida y en su iglesia.
Entonces, por la salvación, Cristo llega a ser la piedra angular de una iglesia que no debe ser dividida. Si somos parte de su reino, tenemos que dejar que nuestra piedra angular nos indique el rumbo y nos fundamente con sus palabras. Esta es la función de la piedra angular – alinear las otras piedras y dar un fundamento firme sobre el cual uno puede construir un edificio sólido.
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