Por tanto, debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos. Porque si la palabra hablada por medio de ángeles resultó ser inmutable, y toda transgresión y desobediencia recibió una justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? La cual, después que fue anunciada primeramente por medio del Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por diversos milagros y por dones del Espíritu Santo según su propia voluntad. (Heb 2:1-4)
En Hebreos 2, salen unas ideas muy interesantes.
Entre estas, está la idea detrás de la frase traducida como “no sea que nos
desviemos” en LBLA y “acaso no nos escurramos” en la RV. La RAE da algunas
definiciones de “escurrir” que probablemente los editores y traductores de la
RV tenían pensado, como: “6. prnl. resbalar (‖ caer o desprenderse). Escurrirse
el jabón de las manos. 7. prnl. Salir huyendo. 8. prnl. Esquivar algún riesgo,
dificultad, etc.” La idea es un contraste con el mandato positivo anterior que
debemos atender con “más diligencia” o prestar “mayor atención” a la nueva
palabra de Dios. El contraste, entonces es con el descuido de la salvación y el
mensaje, no con una desviación o rechazo intencional. Es algo que pasa por
desuso más que por decisión. No sea que se nos resbale y se nos escape de las
manos. La palabra en sí, en griego, es una metáfora de la navegación. Algunos
intérpretes entienden que habla de un barco a la deriva, en el cual, si uno no
presta atención, ni siquiera se da cuenta que uno está moviendo con la
corriente y los vientos. Uno puede salir del refugio del puerto sin estar
consciente del peligro. El movimiento es sutil, pero importante. Algunos
intérpretes de la antigüedad entendían que la palabra habla de una filtración
lenta en el barco. También en este caso sin prestar atención a la mantención de
la nave, puede llegar a una situación peligrosa e incluso a hundirse y
naufragarse. Entonces, en cualquiera de estos dos casos, habla de la posibilidad
de salir de la seguridad que el evangelio nos da por estar inatento e
inactivo.
Las corrientes y los vientos y las filtraciones que nos amenazan y pueden
abrumarnos son más peligrosas cuando no estamos bien anclados en la Palabra de
Dios. La cosa estable y firme, en la cual, si prestamos mayor atención, nos
ayuda a conservar un buen mantenimiento del barco de nuestra fe, es la Palabra
de Cristo entregado por los testigos oculares de Él mismo grabada en el Nuevo
Testamento.
Los receptores de Hebreos, como nosotros hoy en día, no habían presenciado
la vida de Jesús ni los milagros, señales, y prodigios que acompañaban el
inicio de la iglesia hechos por los Apóstoles. Pero la Palabra fue confirmada
originalmente por estas maravillas, y por eso si nos orientamos la vida a base
del Nuevo Testamento tendremos una esperanza firme, no en nuestra bondad sino
en el Hijo de Dios.
No se trata de leer los pensamientos de los pastores más famosos, ni de los
prominentes de las iglesias de Cristo, (y mucho menos de este humilde autor)
sino que se trata de prestar atención al Nuevo Testamento para cuidar nuestra
nave.
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