En el segundo capítulo de este libro tenemos lo que es uno de los días más importantes en la historia de la salvación, la inauguración de la iglesia y el nuevo pacto hecho en la sangre de Jesús. Pedro usó las llaves del reino y abrió acceso a la salvación que solamente hay en Cristo.
Por muy importante que sea, no somos seguidores de Pentecostés, sino solamente de Cristo. Por eso las Iglesias de Cristo eligen llamarse así o con “iglesia cristiana” para destacar que seguimos a Jesús abierta y exclusivamente.
En Pentecostés vemos una obra asombrosa del Espíritu Santo. De hecho, vemos dos obras importantes del Espíritu Santo. Una obra es la obra milagrosa que aparece en el principio de este capítulo. El Espíritu Santo viene sobre los Apóstoles, cumpliendo la profecía de Joel y llamando la atención de la multitud de judíos en Jerusalén para Pentecostés. El Espíritu Santo da a los Apóstoles la revelación e inspiración Jesús les había prometido en Juan 14, 15, y 16. Pedro predica el Evangelio por primera vez, bajo la inspiración del Espíritu Santo después de que todos los Apóstoles habían hablado en lenguas (los idiomas nativos de la gente presente) por el mismo Espíritu. Mucho de lo que ocurre nos recuerda de lo sucedido en Sinaí cuando Dios dio la Ley a través de Moisés, comunicando la importancia del día de Pentecostés, la inauguración de otro pacto con otro mediador.
El Espíritu Santo hace otra obra en Hechos 2, bien importante pero menos llamativo en un sentido. Parte de la promesa de la salvación es la morada del Espíritu Santo en el cristiano para facilitar su santificación. El Espíritu empezó a entrar en los cristianos y dar la fuerza y el poder necesario para resistir la tentación, vencer el poder del pecado y las trampas del diablo, y cultivar buen fruto de cosas como templanza, benignidad, y amor. Después de su sermón, Pedro anunció la salvación a la gente escuchándole. Cuando ellos habían sido convencidos (por el Espíritu, a través de la predicación de Pedro en este caso) de su pecado por su papel en la muerte de Jesús, el Mesías, Pedro les indicó cómo ser salvo. Ya que su recepción del mensaje quedó claro (siendo compungidos de corazón y motivados a inquirir cómo resolver el problema de su pecado), Pedro no tiene necesidad de mencionar fe o creencia. Lo que menciona es que cada uno tiene que arrepentirse y ser bautizado. El resultado es perdón de los pecados (lo más necesario) y viene como añadidura (yapa, en chileno), el don del Espíritu Santo. Y así, el Espíritu comienza su otra obra –una obra para todos los cristianos – la obra de santificación.
La novedad de todo: una nueva iglesia, un nuevo pacto, un nuevo mensaje, una nueva obra del Espíritu Santo es realmente asombroso. Pero, tal vez lo más asombroso es que hoy predicamos el mismo mensaje: Jesús es el Mesías o Cristo, que murió y resucito, y que hay salvación solamente en él. Predicamos el mismo plan de salvación: fe, arrepentimiento y bautismo. Predicamos los mismos beneficios de la salvación: perdón y el don del Espíritu Santo. Y, como cristianos, pertenecemos a la misma iglesia que ellos, la iglesia de Cristo.