
Moses Lard, 1863, extracto I
El objeto de la reforma que estamos trabajando para efectuar no es, como ha sido malentendido y falsamente caracterizado, la formación de una secta (denominación) más. Lejos, muy lejos de eso. De hecho, hemos creído, y aun sostenemos, que la existencia de sectas y partidos hostiles en la cristiandad es una de las peores maldiciones que la ha afligido. Mucho más cierto sería decir que un objeto principal fue la extinción de toda secta. Pues, mientras el cumplimiento de este objetivo fue, como bien sabemos, una cosa deseada con poca posibilidad, a menos que fuera empujada por causas providenciales muy fuertes; y aun así que fue correcto intentar tal objeto y obrar hacia este fin, ningún pensador informado puede negar. Al contrario, entonces, en lugar de estar motivados en el menor grado por un deseo de formar un nuevo grupo, la esperanza que pudiésemos, bajo Dios, ser capacitados, en alguna medida, imponer un freno en esta maldad monstruosa, fuimos formados con una incentiva para intentar una reformación.
Ya han pasado casi cuarenta años desde que nuestros principales llegaron a, casi simultáneamente, ser impresionados con la convicción de que el estado del supuesto mundo religioso no era el estado diseñado por el fundador del cristianismo. Es pertinente reconsiderar brevemente este estado…
Moses Lard, 1863, extracto II
Tradiciones se habían
acumulado encima de la Biblia, hasta que sus páginas más brillantes emitían tan
poca luz disminuida que sus grandes verdades y finas distinciones fueron
encubiertos en oscuridad; sus preceptos más claros se quedaron a lados para
hacer espacio para los “mandamientos del hombre” mientras, por muchos, fue
deshonrada como una “carta muerta.” Su autoridad fue poco más que nominal, y
sus decisiones poco mejor que un consejo prudente. Así, como una cosa de poca
importancia, estaba sin ser estudiado ni leído, con el polvo de los años en su
tapadura. Es verdad que mucha de esta negligencia se debe al hecho que hay
pocos que saben leerla; y aquellos que sí sabían a penas se atrevían ejercer su
derecho que podría en poco tiempo llevarlos a ser acusados de haber ingerido
alguna herejía peligrosa. Ningún libro será bien leído o querido sin ser
entendido; y tanto hace cuarenta años como ahora, el que tomaba su fe de la
Biblia fue tratado como herético, mientras el que recopiló su credo de otras
fuentes fue sostenido como ortodoxo. Nada se necesitaba más, en el mundo
religioso, que una reformación, en aquel tiempo, que en la metodología del
estudio de las Sagradas Escrituras. O, más bien, sería mejor decir que se
necesitaba un método; porque, entre la gente común por lo menos, no había nada.
Las Escrituras fueron consideradas con el mismo criterio que un libro de artes
mágicos, para ser leído como si estuviera repleta de doble sentidos místicos.
Se parecían sin planes para las masas; y si tenían algún sentido, un sentido
percibido valía tanto como otro. Si uno quisiera saber qué tenía que hacer para
ser salvo, era tan probable que leyeran los Proverbios de Salomón, como los
Hechos de los Apóstoles. Cosas dichas al profeta Moisés o Aarón el sacerdote,
fueron estimados igualmente aplicables para el pecador buscando por primera vez
el camino de vida. En consecuencia, toda doctrina posible fue sostenida; pues
cualquier doctrina podría ser comprobada. Contradicciones y confusión tenía
alta influencia sobre la mayoría de las mentes; y, para alivio, parece que
muchos dejaron de pensarlo. Hemos escuchado, durante veinte años, las
predicaciones de hoy, y en todo este tiempo, no hemos escuchado ni un solo
discurso diseñado para enseñar a la gente como estudiar las Sagradas
Escrituras. De hecho, como ni el predicador ni tampoco la gente sabía su valor,
no es extraño que no se esforzaron mucho para entenderlas. Ahora, los predicadores
aun necesitaban la Biblia, porque proveía sus “textos”; y la gente la
necesitaba porque comprobaba predestinación y libre albedrío. Más allá de eso,
no tenía valor. [En lugar de sacar el sentido de la Biblia los predicadores
quitaban el sentido de la Biblia de las mentes de los oidores]. La Biblia tenía
sentido literal, figurativo, y espiritual. Su sentido literal fue solo para la
chusma, su sentido figurativo para los apenas iluminados, y su sentido
espiritual para los vivificados. Si era explicado, era totalmente en harmonía
con sus tres sentidos, pero pocas veces, o nunca, explicado racional o
correctamente.
Moses Lard 1863, extracto III
Credos y confesiones
de fe se habían acumulado a tal punto que las bibliotecas gemían bajo su peso,
y sus contenidos llamaron la atención. Aunque puede ser el caso que fueron
diseñados originalmente para componer disputas, servían más para aumentar la
intensidad de la discordia religiosa; y en lugar de unir a los amigos de Cristo
en afecto fraternal, alejaron los hijos de Dios el uno del otro, poniendo entre
ellos barreras de doctrina y práctica que fueron insuperables por hombres
concienzudos y devotos. Diseñados en un principio, quizá, para excluir
solamente al error, en el transcurso del tiempo llegaron a excluir solo la
verdad. En lugar de ser repositorios para la mente y espíritu de Cristo,
pululaban con materia decadente de soñadores audaces, o dogmas crudos de
especuladores errantes. Para los pragmáticos, fueron enciclopedias de doctrina
y filosofías para criticismo, recopilación y muestra de empirismo. Para el
cristiano humilde, fueron pequeños tomos, con mucha oscuridad, poca luz, y
ninguna adaptación para el corazón ni la mente de gente común. Cualquier
defensa que se puede hacer por los credos (y para los razonables no hay), son
en el fondo, una destitución de la Palabra de Dios como regla suficiente para
la fe y la práctica. Son una declaración implícita de que o Cristo no pudo dar
una norma suficiente para su pueblo, o que simplemente no lo hizo. En el primer
caso, lo destituyen a Él, en el segundo caso, destituyen su Palabra; en todo
caso, son una desgracia para aquellos que los escriben, y para aquellos que los
aceptan.
Moses Lard, 1863, extracto IV
Así, en gran parte, era el mundo religioso hace cuarenta años; y, aunque en algunos lugares cambios importantes han sido efectuados, es aun el estado principal. Algunos hombres en la historia han visto estas maldades y han sufrido por ellas; pero siendo o incapaces de comprender su naturaleza, o para descubrir un remedio, o si bien capaces a descubrir estas cosas temerosos de aplicar un remedio, no efectuaban nada como curación. ¿Qué se podía hacer? Que una grande y seria reformación se necesitaba, quedó claro.
Pero, ¿qué de ser la naturaleza de tal reformación? En otras palabras: primero ¿en qué se debe basar?, segundo ¿de qué debe consistir?, tercero ¿a qué fin debe apuntar? Estas preguntas son graves. En el sabio acercamiento a cada una de ellas dependía todo. Un paso mal ubicado y todo se perdía. Por el presente, indicaremos brevemente las respuestas a cada pregunta, y luego una discusión más completa seguirá.
En cuanto a la primera pregunta, se decidió que la reformación debe basarse en la expresa voluntad de Cristo. Esta voluntad es la ley suprema tanto de doctrina como de la práctica; y toda reformación tiene referencia en una u otra de estas. Por lo tanto, en esta voluntad la reforma presente debe basarse. Debe aceptar esto como su principio de regulación supremo.
La respuesta a la segunda pregunta era fácil; la reformación debe ser tanto doctrinal como práctica. Debe consistir en sostener precisa y solamente lo que se enseña en la Palabra de Dios y fundamentar toda práctica estrictamente en estas doctrinas.
En respuesta a la tercera pregunta se determinó que el fin al cual la reforma de apuntar es el regreso completo al cristianismo primitivo, en doctrina, en práctica, y en espíritu. Todo eso se expresa concisamente en la decisión siguiente: A creer precisamente lo que se enseña la Escritura, a poner en práctica solamente lo que prescriben, y a rechazar todo lo demás. En esto la reforma propuesta tenía que ser caracterizada, positivamente, por la aceptación, como asunto de la fe, lo que las Sagradas Escrituras enseñan (y nada más); prácticamente por hacer todo lo que ordenan, y, negativamente, por el rechazo de todo lo que no sancionan (autorizan). Tal fue la reforma propuesta por el Sr Campbell y sus hermanos en Cristo. Ahora procedemos a explicar más…
Moses Lard, 1863, extracto V
Toda reforma tiene su origen en algún tema o algunos temas. No son, como regla, más prácticos que teóricos. Por lo menos, es la verdad de todas las reformas importantes. Tal fue el caso de la reforma del Siglo XVI. Se fundamentó en el tema de la justificación, un tema estrictamente teórico; la controversia siendo si, según Roma, el hombre es justificado por obras, o si, según Lutero, es justificado solamente por fe. Este tema fomentaba todas las labores de este gran alemán. La reforma que abogamos no es inferior. Toda característica principal de esta reforma tiene su base en algún tema teórico importante. Puede decirse con algo de verdad que las reformas tienen sus origines en perversiones o corrupciones del cristianismo. Pero no es estrictamente el caso. Corrupciones pueden ocasionar una reforma; pero no surgen dentro de la corrupción. Para ser genuina, debe tener su origen en la voluntad de Cristo, y nuestro entendimiento de tal, y ser para corrección de corrupciones. Debe tener un elemento fuertemente positivo, y no solo relativo o negativo. Este elemento es la voluntad determinativa de Cristo. Resulta que en una reforma, de la clase que estamos tratando, se corrigen errores, y por lo tanto es relativo. Pero no es su única característica. Es tanto constructiva como destructiva; es decir, es diseñado para edificar la causa de Cristo y también corregir errores.
Pero estamos procediendo muy rápido. ¿Qué queremos decir con la palabra teoría? Sin una respuesta adecuada a esta pregunta, estamos enfrentando constantemente un prejuicio bien implantado en la mente popular. En la mente popular, todo lo que se considera teórico en la religión frente a objeciones fuertes. No importa, es el refrán común en los labios tanto de los cultos como de los incultos, cual teoría uno tiene, si su práctica está bien. Esta postura, tan falsa pero actual, contestaremos más adelante. La palabra teoría de deriva del griego, y literalmente quiere decir, ver. Pero ver, en el uso común del término, no es el significado popular de teoría. Ver con el órgano de la visión es una cosa; ver teóricamente es otra. La palabra teoría denota, no la visión del ojo, sino ver con la mente. Expresa el punto de vista mental que sostenemos de algo. En el ensayo presente lo que queremos decir con la palabra es el punto de vista que sostenemos con respecto a lo que entendemos que las Sagradas Escrituras enseñan. Contienen una revelación de la mente, o la voluntad, de Dios al hombre. La palabra, teoría, expresa el punto de vista que sostenemos de esta mente o voluntad. Sería apropiado notar aquí, para evitar malentendidos, que la palabra teoría se usa frecuentemente, o incluso generalmente, para expresar pura conjetura. Algo que carece fundamento excepto en la mente. Con esta definición no usamos la palabra aquí. Para nosotros la palabra teoría expresa algo realmente existente, una realidad positiva; y como consecuencia, algo que existe no tan solo en la mente, sino fuera de ella también, y que existe como teoría solamente en referencia a la mente. La palabra no expresa solamente un punto de vista, sino especialmente la cosa vista.
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