En algunos momentos enfrentamos cosas más allá de nuestras capacidades. Veo obstáculos demasiado grandes. ¿Qué hago cuando veo una barrera que no puedo superar?
Me pongo a estudiar. Busco en la Biblia información. A lo mejor hay un proverbio que me dará un consejo. A lo mejor una parábola de Jesús tiene información que me ayudará entender el corazón de otro, o la prioridad que debo tener, o un principio que debo aplicar. A lo mejor Pablo enfrentó una situación parecida en Corinto o Juan en Éfeso. O, tal vez, ya se vio en el libro de Hechos, en los primeros años de la iglesia. Si no, tal vez hay algo relevante en algún relato del Antiguo Testamento. Todo eso es muy válido. En muchos casos, hay información bíblica que puede resolver los problemas que enfrentamos. Hay muchas cosas que sufrimos simplemente por una falta de conocimiento bíblico. Dios lamentaba cuando su pueblo moría por falta de entendimiento. No sabían, no conocían, y no entendían. Y, sufrieron las consecuencias. Dios no dejó de amarlos, pero tampoco los rescató cuando se trataba de ignorancia voluntaria. Uno que va manejando por la calle no recibe misericordia simplemente por desconocer las leyes de tránsito. A veces paga una multa cara porque la ley supone que el conductor tenga la responsabilidad de conocer las leyes. Dios sabe que nos ha dado la Biblia, y nosotros tenemos una responsabilidad de aprender y aplicarla.
En otros casos, la Biblia no nos enseña cómo solucionar el problema. En lugar de eso, encontramos principios, valores, y prioridades que podemos aplicar a lo mejor de nuestra capacidad en la circunstancia que estamos enfrentando. La Biblia no nos dice cómo conducir, pero nos dice mucho acerca del respeto por los demás, la responsabilidad de observar leyes humanas, y cosas semejantes. Podemos aplicar estos principios bíblicos cuando andamos en la calle. No sería posible tratar todas las circunstancias eventuales de toda la gente de todo el tiempo. Pero, Dios es sabio y nos equipó con la información necesaria para conducirnos bien.
Pero, a veces, incluso así, los problemas que enfrentamos no tienen una resolución fácil. ¿Cómo sigo fiel sin romper una cierta ley? ¿Cómo puedo resolver un conflicto puntual? ¿Cómo puedo manejar una persona problemática? ¿Qué hago con una deuda que no puedo repagar? ¿Cómo puedo cumplir con todas mis responsabilidades con el tiempo limitado que tengo? Y, un sinfín de cosas más. A lo mejor, ya hicimos algo que empeoró la situación. Tal vez aplicamos las cosas bíblicas que podemos, y no resultó.
Eso es lo que nos cuesta más. Bueno, por lo menos me cuesta a mí. Dejar que Dios obre. Jesús es el Señor. Yo soy su siervo. Tengo que seguir sus instrucciones. Pero, Él conoce los límites de mis capacidades. Él sabe cómo manejar todo. Tengo que ser fiel. Tengo que también confiar en mi Señor. Tengo que volver a poner mi esperanza en Él. Mi ejecución de la aplicación de la enseñanza bíblica no deja de ser importante. Sin embargo, no es el todo. Lo que importa más es nuestro Señor y Dios, Jesucristo.
De continuo están mis ojos hacia el SEÑOR, Porque El sacará mis pies de la red. Vuélvete a mí y tenme piedad, Porque estoy solitario y afligido. Las angustias de mi corazón han aumentado; Sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mis trabajos, Y perdona todos mis pecados. Mira mis enemigos, que son muchos, Y con odio violento me detestan. Guarda mi alma y líbrame; No sea yo avergonzado, porque en Ti me refugio. La integridad y la rectitud me preserven, Porque en Ti espero. (Sal 25:15-21)